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Y durante estos 22 años en la Congregación, solo puedo agradecer a Dios por la vocación y por la Congregación que me ayudó a crecer de manera hermosa, con seriedad, fidelidad a esta historia de amor y alianza.

Hablar de vocación a la Vida Religiosa es relatar la historia de la alianza entre Dios y el hombre.

Mi nombre es Oclízia Maria Paiva Tavares, tengo 38 años, soy de Cabo Verde, nací en las afueras de la capital de Praia. Llevo 22 años en esta alianza con Dios, en la Congregación de las Hermanas Esclavas de la Santísima Eucaristía y Madre de Dios.

¿Cómo surge mi vocación? En primer lugar, nunca pensé en ser monja, porque soy hija única y nunca se me pasó por la cabeza consagrarme a Dios. Pero confieso que mi familia siempre ha sido muy religiosa, con el rezo diario del Santo Rosario en familia y la frecuencia de los Sacramentos.

Todo sucedió con la visita de San Juan Pablo II a Cabo Verde, en 1990. Fue un acontecimiento que marcó a todo el pueblo caboverdiano. Yo solo tenía 7 años en ese momento. De esta visita, mi padre compró un cartel del Papa San Juan Pablo II.

Después de algunos años, mi madre, que solía guiar el Santo Rosario en las casas de la gente, comenzó a llevarme a mí para guiarlo también. En los tiempos fuertes de la iglesia, concretamente, en el tiempo de Cuaresma, participé del Vía Crucis, incluso leí en algunas estaciones.

Con esta introducción, activa en la comunidad parroquial, comencé a sentirme inquieta, en el sentido de querer algo más. Sin embargo, tenía un poco de miedo de admitir que ese era el llamado de Dios. Es verdad que no me faltó el rezo del Santo Rosario; yo pertenecía al coro de mi comunidad parroquial; iba a la catequesis; participé en la Santa Misa. Sin embargo, seguí sintiéndome inquieta.

Teníamos un cartel del Santo Padre San Juan Pablo II, justo en la entrada de nuestra casa y me gustaba mirar ese cartel, parecía que me animaba a seguir adelante con lo que sentía. Además, conocí la profunda expresión de San Juan Pablo II que nos transmite y nos ayuda a entrar en comunión con Dios. Desde entonces, comenzó a crecer en mí una gran devoción por el Santo Padre y admiración al mismo tiempo. Y se ha mantenido esa misma admiración hasta el día de hoy.

En uno de los días de catequesis, mientras esperaba que llegara el catequista, encontré un folleto, que estaba en el salón parroquial de mi comunidad, con números de sacerdotes y religiosos existentes en Cabo Verde. En este folleto había una pregunta: “Y tú, ¿quieres dedicar tu vida al servicio de la Iglesia?”

Mi primera reacción fue de asombro por el reducido número de sacerdotes y religiosos en Cabo Verde. Y me pregunté: ¿por qué no yo? Pero el miedo me perseguía y no tenía el coraje de hablar con nadie que pudiera ayudarme. Hasta que un día, decidí hablar con mi catequista. Mi catequista me entendió e inmediatamente me puso en contacto con sor Augusta Varela, al frente de la comunidad Fazenda en Cabo Verde.

Después de algunos encuentros con la comunidad y con sor Augusta Varela, entré en la Congregación en 1999 y luego fui a Portugal, concretamente a Fátima, para continuar con la formación.

En esta historia de alianza, también hubo desafíos como dejar a mis padres. Pero con el tiempo y con la gracia de Dios, me acostumbré a la nueva condición.

Habiendo completado un año de aspirantado en Fátima, pasé al noviciado en Braga, un momento único y notable para cualquier vocación.

Durante mi camino, Dios me puso a prueba, con la partida de mi Padre para la casa del Padre en el 2002. Fue difícil aceptar esta partida. Y ahí vino el desánimo. Sin embargo, como estaba abierta a lo que Dios quería/quiere de mí y siendo plenamente consciente de que Él sólo quiere mi felicidad, me animé y seguí mi camino.

Hice mi primera profesión el 5 de septiembre de 2004 en Braga, Portugal. Luego fui destinada a la comunidad de Oporto, donde continué con mi formación religiosa y académica.

En este camino hacia mis votos perpetuos, tuve personas que considero auténticos ángeles que me acompañaron, me aconsejaron e me apoyaron.

En 2010 hice mis votos perpetuos en Cabo Verde, después de un año de preparación en España.

Siempre he tenido la feliz convicción de que Dios me llama a esta vida de especial consagración. En todo momento, siento su fuerte presencia en mi vida.

Y durante estos 22 años en la Congregación, solo puedo agradecer a Dios por la vocación y por la Congregación que me ayudó a crecer de manera hermosa, con seriedad, fidelidad a esta historia de amor y alianza.

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