Me llamo Sor Teresinha Soares, tengo 33 años y soy de Timor-Leste. Pertenezco a la Congregación de Religiosas Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios.
Con el corazón lleno y exultante, comparto con vosotros esta gran alegría de la llamada vocacional en la vida consagrada/religiosa, con la certeza de que este sentimiento del corazón, narra y vuelve a narrar la historia de tantos otros, que, como yo, fueron tocados y cuestionados por una voz que llama por nuestro nombre: “Teresinha, ven y sígueme”.
La voz que no se confunde y que, cada día habla de una presencia muy viva y eficaz, capaz de transformar las vidas de las personas y de quienes se dejan tocar por ella. Son muchos los rostros y las historias que componen mi vocación empezando por mi familia, cuna de la fe y de mi humanidad, pasando por unas hermanas cuando yo tenía tan solo 10 años, que me educaron como ser dándole a mi juventud un lugar privilegiado y oportunidad de discernimiento.
Así fui y sigo creciendo en las diversas etapas que componen la progresión de la consagración. Así es como Dios me ha acompañado y desafiado a ser más de Él de cara a la profesión definitiva. Descubrir también que la vocación nos exige fidelidad, que ser fiel no es vivir la vocación como yo quiero, sino realizar el proyecto que la voluntad de Dios me pide, y que supone alegrías, conquistas, tristezas y derrotas. Si queremos ser fieles, debemos estar dispuestos a no ser el santo que nos gustaría ser, sino el santo que Dios quiere que seamos, y que casi nunca coincide con el nuestro, es más sobrenatural, y esto no es mal. Es bien (cf. TG 1, 2-4 Rm, 5,3-5).
Después de todo lo dicho, no lo olvidemos: podemos tener plena confianza en que “El que nos llamó es fiel” (Cf. 1 Tes 5,24) y conoce muy bien nuestro corazón “sabe qué arcilla somos”, de qué estamos hechos” (Cf. Sal 103,14). El llamado es exclusivo de Él, somos simplemente sus servidores que, al decir nuestro sí diario, contamos con toda Su gracia para seguir correspondiendo a Su llamado de amor, que nos colma en lo más íntimo de nuestro ser. Sólo nos pide la disposición del corazón: “Ven y sígueme”. Son muchos y variados los encuentros de los que Dios se sirve para guiar al final mi corazón a la entrega definitiva de corazón a corazón; del mío al corazón de Dios. Así lo asumí definitivamente el 8 de diciembre de 2022, expresándolo con mi consagración religiosa, un camino para servir y amar a Dios en la Iglesia, a través de mi Congregación.
Esta vocación de servicio nace de la certeza de que el Amor de Dios arde en mi corazón, y que se manifiesta a través de esta entrega a los demás, con especial atención a los más frágiles y marginados. De hecho, más que las cosas que se pueden hacer, es importante dar testimonio de esta experiencia de Amor que nos toca a todos y nos impulsa a todos al servicio. Este es el gran don que me ha sido concedido en estos años de caminar junto a las Hermanas Esclavas de la Santísima Eucaristía y Madre de Dios, junto a mis Hermanas del Espíritu: la misión de conformarme cada vez más a la imagen del Amor: anunciado, celebrado y compartido.
Oremos para que tantos otros jóvenes y adultos se dejen interpelar por la presencia de Dios en sus vidas y, así, tocados en su interior, puedan decir un “sí” a este proyecto de atraer almas a Jesús en la Eucaristía, como dijo Nuestro Señor Jesucristo a Madre Trindad, nuestra fundadora: “Tengo sed de almas que me adoren”.
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