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Mi nombre es Maria dos Anjos Tavares Semedo, soy caboverdiana y la séptima de diez hermanos. Nací en una familia sencilla y cristiana practicante, alimentada por la oración diaria del Rosario, la Eucaristía y el compartir de la Palabra dominical.

Mis padres siempre fueron mis mejores motivadores para la vida cristiana. Frecuentaba la Eucaristía con mi padre. Para mí, el domingo era el día más feliz, ya que todos nosotros compartíamos la Eucaristía (fiesta espiritual) y la comida (fiesta corporal). Siempre admiré a mi padre porque, después de la Eucaristía dominical, él iba a visitar a los que no podían participar en la asamblea eucarística, llevándoles mensajes de la Palabra del Señor y dándoles testimonio de esperanza. De mi madre tengo el recuerdo de ser una mujer consejera, capaz de escuchar y resolver todo, siempre con diálogo y mucha paciencia.

En familia, hablábamos de los temas de la homilía y a veces, también de los colores litúrgicos y de los cánticos dominicales. Este era el momento más feliz, era el que más me gustaba. Mientras que mi padre escribía la homilía dominical, la leía en secreto antes de compartirla, lo que me ayudaba mucho, porque me permitía vivir la catequesis con más fervor y confianza.

Mi vocación siempre se ha nutrido de estos pequeños fragmentos de mi vida. Todo me ayudó a encontrar mi camino y a una elección vocacional. Pero la causa más grande de felicidad a día de hoy, es el deseo que sentí de ser misionera para ayudar a los niños que tenían menos recursos que yo y con quienes convivía diariamente. Un día, al “mirar” a una niña que me caía muy bien, sentí que Dios me estaba llamando. El domingo siguiente, mientras el Párroco reflexionaba sobre el Evangelio de la “Viuda Pobre”, que dio todo lo que tenía, encontré la fuerza para seguir adelante.

En enero de 2021, con 15 años de edad, entré en la Congregación. Al despedirme de mi madre, ella me dijo una frase que me impone respeto hasta el día de hoy: “Hija, de hoy en delante, piensa en mí como tu niñera, porque tu madre será la Virgen María; ella te dará la fuerza para seguir adelante”. Sus palabras me dieron ánimo para marcharme de casa, sabiendo que María me protegía.

Viví en Cabo Verde cuatro años, entre la Isla de Mayo y la Isla de Santiago, como aspirante. En 2004 llegué a Portugal e hice el postulantado, el noviciado y el juniorado; en diciembre de 2014, hice mis votos perpetuos.

Mi familia biológica está feliz porque ve en mí una mujer feliz. Y mi Congregación es motivo de gratitud por las oportunidades que me ofrece de vivir la espiritualidad eucarística, mariana y franciscana, el carisma educativo y la adoración, llevando a niños y jóvenes, atrayéndoles, como quería nuestra Madre, hacia Jesús Eucaristía.

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