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Ha llegado el siglo XXI, las tecnologías arrasan en la mayor parte de los asentamientos humanos del planeta. Aún así, hay sitios en los que parece que el tiempo se congela en un letargo eterno. Una y otra vez en bucle, van pasando las cosas y nosotros. Conocí una hermana que me demostró que en la vida hay cosas que son ciertas, no cabe el relativismo en ellas. Me lo demostró de una manera sorprendente.

Recién destinada en Miraflores (Cabo Verde), celebramos el aniversario de fundación de nuestra familia religiosa yendo de excursión al campo.

Para ponernos en situación, Cabo Verde lo conforman diez islas grandes y cinco menores. Como conjunto de islas pertenecientes a la región de la Macaronesia, comparte muchas características comunes con las Islas Canarias (España) por ejemplo, para que nos hagamos una idea, tienen origen volcánico, actividad agrícola importante, el turismo como motor de la economía y una dependencia de los combustibles fósiles para producir energía. Como nota curiosa, la calima canaria, es similar a la ‘brisa seca’ caboverdiana.

Parte de sus recursos hídricos provienen del subsuelo. Estos recursos se ven complementados por aguas superficiales almacenadas en pequeñas presas, etc.

Con respecto a la distribución de aguas, esta no llega a toda la población, aunque en las ciudades llega a más del 65%. Las islas de la Macaronesia son vulnerables a las precipitaciones excepcionales, “por lo que no solo la escasez de lluvias es problemática, sino que también la abundancia de aguas genera graves problemas”.

Pues en ese paseo de comunidad, nos adentramos en una zona muy espesa en vegetación. Hacía bastante calor. Las jóvenes se ofrecieron para ir en búsqueda de agua, porque nuestras botellitas se habían terminado. Al ser parque natural y protegido, seguro que habría alguna fuente cerca.

Una de las mayores, se levantó rápidamente y se alistó en la expedición. Conocía bien el entorno, sabía cómo conseguir el ansiado líquido. Mientras, esperábamos debajo de un frondoso “Espinho-branco” o “Acacia caboverdiana”.

Por el camino, la hermana mayor solo repetía: – Un poco más arriba. Esta no.

Se refería a pequeños brazos de un pequeño río. Había agua suficiente, pero su color nos hacía pensar que, igual la hermana tenía razón, aquella agua no era potable. Pero claro, de tanto andar y andar “más arriba” nos cansamos y una joven irrumpió: – Creo que podemos coger de aquí mismo, está clarita y bueno, parece que “un poco más arriba” no llega nunca.

-Un poco más arriba. Vale la pena, venga que eres joven.

Treinta minutos después llegábamos a un claro en medio de la espesura, lleno de pájaros y color. Desde donde estábamos, se veía claramente una roca de la que emanaba un torrente discreto de agua pura y cristalina como ninguna.

-Ves, vale la pena andar siempre un poco más cuando el agua es la mejor.

Y aprovechando la atención de las exploradoras aprovechó para enmarcar: – La vida espiritual, la vida con Dios es igual. Perdemos mucho tiempo buscando hilos de agua en el desierto, cuando tenemos un manantial inagotable de amor y ternura en el Corazón de Jesús. Siempre un poco más arriba, tenemos que andar, dejando el alma y sus esfuerzos, en el rio abundante de “agua que salta a vida eterna”.

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