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Nací en una familia cristiana muy sencilla donde se respira y ama a Dios y a Nuestra Señora, teniendo siempre por regla el rezo del Rosario todos los días. Aún hoy es nuestro soporte y alabanza espiritual.

Con la ayuda de mis catequistas hice mi camino cristiano hasta la profesión de fe y más tarde me confirmé, asumiendo el compromiso de colaborar en la comunidad parroquial. Inicialmente lo hice como catequista, después como miembro del grupo coral y más tarde en el movimiento de la Legión de María donde confirmé con la ayuda de Nuestra Señora, la decisión de consagrarme a Dios en la vida religiosa.

No sé explicar cómo surgió mi vocación. Sé que desde muy pequeña quería ser hermana, pero no sabía muy bien lo que era eso. Solo me acuerdo de ver a una religiosa ya viejita pedir por las casas en la zona de Paço Vieira donde yo vivía. Pensaba para mí: cuando sea mayor voy a ser hermana para ayudar a estas hermanas más mayores a no tener que andar por ahí con frío y lluvia pidiendo para ayudar a los otros. (Esta religiosa, supe más tarde por mi párroco, era nuestra hermana Coceição Dias – Capuchinha).

También hubo un momento en la escuela en que mi profesora nos mandó a hacer una redacción sobre lo que queríamos ser cuando fuésemos grandes. Me acuerdo que escribí que quería ser hermana por las razones que ya mencioné, o costurera, porque mi catequista era costurera y al mismo tiempo me enseñaba la doctrina. Por estos días el párroco fue a visitar la escuela, lo hacía muchas veces, y sé que la profesora comentó con él mi redacción, a partir de ahí, siempre que iba a hablar con el Sr. Abad además de la confesión venía siempre la misma pregunta: ¿Ya pensaste lo que Jesús quiere de ti? ¡Escúchalo! No te distraigas.

También me gustaba leer el ejemplo y el testimonio de los misioneros y religiosos que venían en la revista de las cruzadas o en el periódico parroquial. Me quedaba maravillada con la vida y la sencillez de estos misioneros que trabajaban fuertemente llevando la palabra de Dios a zonas muchas veces difíciles de penetrar y aspiraba entrar en la vida religiosa para vivir como ellos, principalmente sirviendo a los más necesitados. Pero no sabía cómo.

Hasta que un día oí por primera vez hablar de vocación a una hermana que vino a mi parroquia a dar formación a los catequistas, la hermana Celina Lópes, que más tarde fue mi formadora en el noviciado de Braga. Ella compartió con nosotros su descubrimiento vocacional, lo que hacía y la congregación a la que pertenecía. Quedé deslumbrada y muy tranquila en el corazón, dije para mí: esto es lo que yo quiero y así ocurrió.

El día 23 de octubre de 1982, con 19 años, entré en la Congregación, en la Comunidad de Braga.  Pude contar siempre con la ayuda de mi párroco en el discernimiento vocacional, siempre con palabras oportunas, muy profundas y llenas de Dios.

Fueron muchas las vivencias y testimonios que me dieron aquel “empujoncito” para abrazar la llamada de Dios y responderle con grandeza de ánimo.

Para mis padres fue muy difícil aceptar mi decisión, pues era la mayor de 5 hermanos. Pero nunca les faltó la fuerza de Dios y la protección de Nuestra Señora.

Treinta y un años más tarde recuerdo ese momento y lo veo como una metáfora del deseo más profundo que el Espíritu Santo sembró en mi corazón: vivir mi vida al ritmo de Jesús Eucaristía y ser una extensión de su amor.

Las misiones que el Señor me confío, a través de mis superioras, fueron una fuente de alegría, aunque llenas de retos. Conocí y sentí mis fragilidades, pero experimenté, con toda la belleza, la fidelidad y el amor de Dios. “Todo es don, todo es gracia”. Porque Dios no piensa sólo en lo que somos, sino en todo lo que podemos llegar a ser.

Doy gracias a Dios por mi Congregación, que siempre creyó en mí y me ha apoyado en todo, a pesar de mis fragilidades, así como a las comunidades que me acogieron, por la convivencia fraterna y la comunión de vida; procuro ser fiel a la oración … como tiempo y espacio vital y afectivo para estar con Dios, escucharlo y hablarle, contar con él en medio del día a día, sólo así me siento fecunda y unida a todos los que cuentan con mi oración y ayuda espiritual.

Entrego al Señor todas las personas que a lo largo de mi vida me ayudaron y me ayudan a vivir mi consagración y a ser una extensión de Jesús Eucaristía.

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