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Llegamos así al año 1924, mientras el mundo se convulsionaba con doctrinas marxistas en Europa, persecuciones religiosas en México, la dictadura de Primo de Rivera en España y también progresa con inventos como el teléfono, la radio, la fotografía. Nos encontramos a nivel eclesial con el pontificado de Pio XI, se elabora la doctrina social de la Iglesia y surgen nuevos movimientos y fundaciones que comprometen a los laicos. Pio XI era un hombre de gran vitalidad y capacidad de trabajar, con una amplia visión de la realidad, personaje exigente, pero que sabía inspirar confianza.

Este Papa y este contexto histórico son los que ven nacer la obra de Madre Trinidad.

El 15 de diciembre de este año 1924 M. Trinidad escribe un texto que podríamos considerar una aceptación de la misión educativa que la Iglesia le exige: “ Al tener que hacer una nueva fundación de capuchinas con el fin de adorar a Jesús Sacramentado, el pueblo exige que se le ayude con la enseñanza que tanto se necesita en estos tiempos de indiferencia y frialdad religiosa, que a pesar de tantas instituciones religiosas, (que como nunca) trabajan, la sociedad vive cada día más apartada de Dios, sin que nada sea capaz de contener el vicio y la sed insaciable de goces. Se impone pues como un precepto que Dios exige a las almas escogidas, que unan la penitencia y oración con la enseñanza, imprimiendo con la sangre del sacrificio la fe en el alma inocente de la niñez, que no está la felicidad verdadera en la vanidad que destruye los dulces deleites del espíritu, si no se busca a Dios por el sacrificio, la oración y penitencia. Y si Jesús lo pide, Jesús lo quiere. ¿Cómo negarnos a tanta fuerza de razones? Rogando con repetidas instancias al Señor nos manifestara su voluntad santísima, estaba al pie de la cruz y bajo el amparo de la Divina Madre de Jesús y pedía y sentía mi alma deseo de ser ilustrada, y abriendo la vida de la seráfica madre Santa Clara, y a la primera vista encontré el capítulo VII de su vida, cuando el Padre S. Francisco encomendó el cuidado e institución a las nuevas hijas, de cuyo fervoroso celo fiaba la obediencia de la Regla:

“Era ya por este tiempo el concepto que tenía de su grande espíritu tan alto que hallándose el santo fundador acongojado con la duda si sería más del gusto de Dios el retiro de las soledades, para darse a la contemplación, o el vivir en los poblados trabajando con el ejemplo y predicación en la conversión de las almas: hízolo la santa con humilde obediencia, y le fue revelado haber nacido Francisco al mundo para bien de muchos y no para sí solo, por lo cual intimó al santo maestro el beneplácito del Altísimo animándole porque su humildad no estancase la corriente de las gracias, pudiendo fecundar con su apostólica doctrina, el ameno campo de la Iglesia”.

Inmediatamente después de esta cita explica M. Trinidad cómo en algunos conventos se va enfriando el primitivo fervor con que las almas se entregaban a Dios en la clausura y la penitencia, quedando la más alta contemplación sólo para algunas almas privilegiadas y justifica su petición de la nueva fundación diciendo: “Deseosas de algo nuevo que nos aliente y empuje a la unión con Dios, pedíamos algo que nos renovara el espíritu y vida…¡ la adoración perpetua a Jesús Sacramentado, único ideal de nuestras almas! Y nos fue concedida por uno de esos singulares favores de la divina bondad para sus capuchinas, que sólo buscan la gloria de Dios.

Teniendo que hacer una nueva fundación de capuchinas adoratrices algunos venerables y santos varones nos previnieron, que al hacer una nueva fundación en estos tiempos nos exigirían colegio, y aunque sintiendo la dificultad que supone esta innovación, aceptábamos cuanto nos exigieran que no se oponga a la santa Regla con la aprobación y bendición de los prelados para gloria de Dios considerándonos obligadas a trabajar en la Iglesia de Dios en la forma que a él plazca.

La vida capuchina, siguiendo el consejo que la seráfica Madre dio al santo Padre, que ya dejamos copiado, abre campo a todo cuanto la Iglesia exija de sus hijas, las que pone en el principio y fin de su Regla bajo su dirección y amparo “como igualmente a los sucesores de nuestro padre san Francisco”.

Y así como nada nos dice de colegio, tampoco lo prohíbe, dejándonos sujetas a los sucesores del santo padre Francisco. Consultando a un santo padre este asunto, si sería contrario al espíritu de nuestra Regla nos contestaron que aprobándolo la Santa Sede cuenten la aprobación y cooperación de nuestros Padres, pudiendo conservar íntegro el espíritu de la Santa Regla, recopilado en su Testamento, riquísimo tesoro que sus hijas reciben con especial cariño en estas palabras:

“Por tanto, con las rodillas en la tierra, y del alma, y con el cuerpo inclinado, encomiendo a todas mis hermanas, presentes y futuras, a la santa madre la Iglesia Romana y al Sumo Pontífice, mayormente al Sr. Cardenal que a la religión de los Frailes Menores y a nosotras fuere diputado, que por amor de aquel Señor que pobre fue puesto en el pesebre, pobre vivió en el mundo y quedó desnudo colgado en la cruz, siempre críe, favorezca y haga perseverar en la santa pobreza que al Señor prometimos en esta su pequeña grey, que el Padre Eterno engendró en su Iglesia por la palabra y ejemplo del muy bienaventurado padre nuestro san Francisco, para que siguiese la pobreza y humildad de su amado Hijo, y de la gloriosísima Virgen su Madre” (Testamento de Santa Clara).

Siendo esto hermosísimo que nos dejó como su última voluntad y espíritu en su Regla y Testamento, parece que ahora siendo tan violenta la ambición de riquezas y placeres que todo lo invade, asolando hasta los más escondidos senos de la tierra que todos van tras ellas sedientos de una felicidad que da tormentos, el Padre de misericordia nos envía a su heredad, que es la Iglesia, a que la desconocida y pequeña semilla de la penitencia y sacrificio la derramemos en el amor de los niños, para que echando raíces críen fuerza con el ejemplo, y con el fuego de la adoración se derrita el hielo de la indiferencia religiosa… y ganando las almas de las que después serán madres, ellas lleven tras sí a los suyos por el verdadero camino que les lleve al cielo. Si Jesús nos pide que trabajemos en su viña y que del vino que él nos da en la santa Eucaristía, lo comuniquemos con doctrina y ejemplo, en la educación moral de la juventud, embriagando las almas de ellas, llevándolas suave y dulcemente a la divina bodega del Sagrario… Entrando en ella ¿quién no sale tomado?…¡ Bendita sea mil veces la santa Eucaristía!

¿Cómo compaginar la educación, sin que padezca detrimento nuestra vida de contemplación? Jesús nos parece que tranquilizando nuestras dudas nos dice lo que a sus Apóstoles: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas: os voy a preparar un lugar a fin de que estéis donde yo estoy: tened confianza en mí que os he escogido y vencido el mundo” (Jn 14,2ss.)

Estando llamadas las capuchinas adoradoras de Jesús Sacramentado a extenderse por todo el mundo, como el pequeño grano de mostaza en el jardín de la Santa Iglesia, no nos atreveríamos nunca a negarnos a las súplicas de un pueblo que nos pide la enseñanza, comprendiendo que las circunstancias de frialdad e indiferencia van apagando la fe hermosísima de nuestros padres.

El alma de una capuchina adoratriz, que dedica toda su fuerza a la santa oración al pie del santo tabernáculo, desde donde recibe a torrentes, luz, bendiciones, gracia y fortaleza, con las armas de la oración y penitencia, vendría muy bien a imprimir su espíritu de fe en las almas inocentes de la niñez, imprimiendo en ellas, como fuego de amor, el amor de Dios y del prójimo que regenera el mundo, siempre que la Santa Sede lo bendijera y aprobara. Con la autorización del dignísimo Prelado diocesano, podría compaginarse la enseñanza de tal manera que no alterase en nada el régimen de nuestra adoración y vida capuchina y sería la Eucaristía para la enseñanza como néctar maternal que nutriría las almas con dulzuras y amor de madre a sus pequeños hijos, el amor de sus almas.

Saldría la capuchina eucarística de la santa adoración llena el alma de amor divino a imprimir el fuego de su amor y caridad en el corazón y alma de los niños, inculcándoles el fuego regenerador de la fe cristiana, tan apagada en nuestros días, con el fuego de la sagrada Eucaristía.

Sean las capuchinas adoradoras en los colegios, como el ángel del desierto, que habiéndose criado entre los rigores de la más austera penitencia, aquel admirable solitario escondido hasta entonces en lo interior de las montañas, a los treinta y un años recibió la orden de empezar a cumplir su alta misión de Precursor del Mesías, porque había vivido en la tierra más como ángel que como hombre. Que de él dijo Isaías: “El era aquella voz poderosa que sonó en el desierto y enseñó a los pueblos cómo se habían de disponer para recibir al Mesías que ya estaba entre ellos” (Jn 1,23; Is 40,2)

Entre nosotras está y vive diariamente en la santa Eucaristía el Mesías deseado de los siglos, el divino Redentor, nuestro adorable Jesús.

¡Cuántos se extrañarán que habiendo tan innumerables institutos de enseñanza, con los últimos adelantos vengan unas pobres penitentes del desierto de clausura a enseñar, estando necesitadas de ser enseñadas!… Llenas de fe y santa humildad, digámosle lo que el santo Precursor contestó a los que interrogaban si era Cristo, Elías o algún profeta: “Yo soy el que viene del desierto a preparar y disponer los caminos por la penitencia y el bautismo que doy, los corazones y los espíritus, para que reciban dignamente a aquel que viene a salvarlos” (Jn 1,23)

¿Cómo se prepara a la venida del justo juez?… Con deleites y regalos, saciándose en la iniquidad y en el pecado…¿Por ignorancia?

¿Cómo negarnos hermanas mías, al imperio de aquella voz divina que del fondo del tabernáculo parece nos dice: “Id a trabajar en mi viña, salid de vuestro retiro y abstracción, cubiertas de cilicio, y enseñar a los pueblos el camino… Que crean en mí y se preparen por la penitencia a mi venida, no ya con los dulces atractivos de tierno infante, sino lleno de majestad, como juez de vivos y muertos. Que quiero salvar todas las almas redimidas con tan gran precio… Por la misericordia y compasión de mi Corazón quiero facilitarles todos los medios, haciendo que vuestros sacrificios, adoración y penitencia sea el camino por el que vengan a mí, que soy Verdad y Vida, y me abraso en amor de sus almas, que quiero salvar a costa de las almas justas que sacrificando la dulce paz de su retiro… atraigan a mí, con dulces cadenas de amor, manso y humilde que derramará mi Corazón en vuestras almas… y vosotras que aprendisteis en mi escuela, bajo el profesorado de mi amado siervo y gran maestro de humildad Francisco de Asís, y así como en su siglo regeneró la sociedad su ejemplo de humildad y penitencia , vosotras que os abrazasteis a su espíritu, contendréis el mal en los corazones inocentes, atrayendo sobre vosotras la predilección de mi Corazón, con especiales gracias y el singular auxilio de mi Madre Santísima bajo cuyo amparo os encomiendo viváis, como dejé encomendados a mis discípulos cuando salí de este mundo al Padre, para que ella fuese su Maestra, luz y consuelo que les fortaleciera en sus trabajos apostólicos.”

Este es amadas hermanas en Jesucristo, el fin último que hemos de buscar en la adoración perpetua, caldear nuestras almas en fuego divino de la santa Eucaristía, abrasarnos en los divinos amores que nuestro seráfico Padre sentía cuando recibió del serafín las llagas del divino Crucificado, que salía por el Alvernia como loco clamando con amargas lágrimas aquel amoroso gemido de su alma endiosado: “¡El amor no es amado, el amor no es amado!… ¿Cómo abrasó los corazones de tantas almas que le siguieron sin más divisa que el fuego de su ardiente caridad?

Ahora hermanas carísimas, nos dice señalándonos el camino en la santa Eucaristía: “Hijas mías, el Amor no es amado…Prended con el fuego que recibís en la Sagrada Eucaristía, las almas de los niños, grabando en sus tiernos corazones el fuego del amor divino que consume y purifica las pasiones antes de despertar”. Esta llama divina sea la Eucaristía, sea la brasa de fuego que el serafín purificó los labios del profeta Isaías y quitó todas sus imperfecciones.

Mucho ánimo, hermanas del alma, si Jesús lo quiere y está con nosotras, ¿a quién temer?… Si él nos llamó y trajo con amorosa providencia a su servicio, y le seguimos por solo su amor a su santa casa, nos resta sólo seguirle. Nos pide ahora trabajar en su viña uniendo a la oración y penitencia el trabajo en la salvación de las almas; no nos neguemos. También a sus Apóstoles los previno con la oración y retiro, después los envió a trabajar. Aquí nos tiene. Anímense con aquella promesa a santiago: “Aquel que aparte del camino de perdición a un pecador, salvará su alma de la muerte, y borrará la multitud de sus pecados”. (Sant. 4,20)

¡Qué consuelo que Jesús quiere le ayudemos a la obra de su Redención! Ya san Dionisio dijo: “De todas las cosas divinas la más divina es cooperar con Dios en la salvación de las almas” ¡Qué dicha, que Jesús nos mire con la dignación que miró aquellos pobres pescadores que sólo sabían de redes y pesca. El, que los llamó a ellos, nos llama a nosotras, pobres e ignorantes. El les enseñó lo que tenían que predicar; también cuidará de sus capuchinas enseñándoles a cumplir su adorable voluntad, antes escondidas, ahora enseñando, mañana aprendiendo, y siempre amando y sirviéndole de todo corazón. De cualquier modo que quiera, nos encuentre dispuestas a morir en los mayores tormentos antes que ofenderle, en la seguridad que para nosotras será aquella promesa del Espíritu Santo: “Los que enseñan la justicia a un gran número de hombres, brillarán en toda la eternidad como las estrellas del firmamento” Amén.

Sor Irene Labraga. Superiora General.

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