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Cuando decimos “casas” estamos hablando de “comunidades”. Cada una de nuestras casas pretendemos que sea un espacio de alabanza, un ámbito evangélico donde nos acompañamos unas a otras en el caminar de cada día, unas veces llano y otras costoso y el hogar donde estimular el entusiasmo y reponer fuerzas para ir seguidamente a la misión.

Aprendimos de nuestras hermanas mayores, profundamente franciscanas, a vivir con libertad, a  acoger a quien llega,  a valorar la naturalidad, a estar al servicio, a admirar la belleza y lo vivimos como un valor.

En cada una de nuestras casas te vas a encontrar siempre un espacio digno, el más digno de todos, donde está el Señor en el Sacramento de la Eucaristía. Diariamente, además del rezo del Oficio Divino, pasamos hora y media con el Señor. Fue el ideal de nuestra Fundadora, la adoración eucarística.

Nuestras casas, donde convivimos hermanas de diferentes países, lenguas y razas,  son un pequeño ensayo de la universalidad de la Iglesia y de la fraternidad universal; un mensaje para el mundo que le  muestra es posible convivir y sentarse todos alrededor de la mesa multicultural.

Nos sabemos llamadas al discipulado y a la misión por eso no tenemos casa sin misión apostólica y todas nuestras comunidades están al servicio de alguna obra educativa o asistencial, aunque algunas hermanas trabajan en servicios sanitarios o docentes externos al Instituto.

Estemos donde estemos nos sabemos Iglesia de Jesús y es en la Iglesia local donde encontramos la casa de la madre desde la que ejercer nuestro servicio apostólico y en la que nos vinculamos a la comunidad cristiana.

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