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“Y tomándolos en sus brazos, los bendecía, poniendo las manos sobre ellos”.  Marcos 10,16

Marina un día fue niña, de las que tienen miedo a la oscuridad y a los monstruos que supuestamente viven debajo de la cama o dentro de un armario. Cada vez que tenía una pesadilla, su llanto hacía correr a sus padres hasta la habitación para ser consolada con un abrazo. Ese gesto calmaba, hacía desaparecer todos sus temores y conciliar de nuevo el sueño hasta la mañana siguiente.

Cuando regresaba de la escuela con algún problema, su cara, reflejaba la angustia que sus padres rápidamente detectaban, y era de nuevo ese abrazo quien devolvía la felicidad a la pequeña.

Marina crecía, y cuando la preocupación por los estudios la atrapaban, era ese achuchón quien devolvía las fuerzas, la fe, la paz…

Pasó el tiempo, de niña a mujer, Marina transitó y sus padres, ya mayores, tuvieron que partir con el Señor.

Los miedos y preocupaciones también crecieron y maduraron, ya no existían los monstruos de la habitación, pero eran otros los temores de su corazón.

Solo abandonándose en Dios, dejando que Él sea compañía, y contándole nuestra angustia o temor con humildad e inocencia de aquella Marina niña, Dios, nuestro Padre, no dudará en darte ese Abrazo con mayúscula que restaurará de nuevo tu paz, fe, alegría…

Dejémonos apretar por el Dios Padre de todos, que con sus brazos misericordiosos, nunca se aleja ni abandona nuestro camino, y nos abraza como a sus niños…

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