

«La Adoración y el amor a la Santa Eucaristía nos harán santas. Al calor de Jesús Sacramentado ¿Qué se nos hará difícil?»
(𝑀𝒶𝒹𝓇𝑒 𝒯𝓇𝒾𝓃𝒾𝒹𝒶𝒹 𝒞𝒶𝓇𝓇𝑒𝓇𝒶𝓈)
En la solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia, como Madre solícita, nos convoca con ternura a todos sus hijos para adorar, exaltar y rendir homenaje al Amor hecho Pan. Hoy, más que nunca, somos invitados a contemplar con el corazón lleno de fe y gratitud el misterio sublime de la Sagrada Eucaristía.
Es Jesucristo mismo quien, por amor, ha querido quedarse con nosotros de forma real, verdadera y permanente bajo las humildes apariencias del pan y del vino. ¡Qué consuelo inmenso saber que no estamos solos! En cada Misa, por las palabras sagradas pronunciadas por el sacerdote —en obediencia al mandato del Señor— el pan y el vino se transforman en su Cuerpo y Sangre, en el mismo Cristo que se encarnó, sufrió, murió y resucitó por nosotros.
La Eucaristía no es solo un rito; es un milagro de amor que se renueva cada día. Es el abrazo silencioso del Redentor que se ofrece una y otra vez, haciéndose alimento que fortalece el alma y prenda de la gloria futura. En cada Hostia consagrada palpita el Corazón de Jesús, traspasado por amor, abierto de par en par para acogernos, curarnos y salvarnos.
Por eso, al celebrar esta solemnidad, no hacemos sino responder al deseo ardiente de su Corazón: “Haced esto en conmemoración mía”. Y así, una vez más, proclamamos el misterio de nuestra fe: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”
En esta entrega silenciosa, Cristo en la Eucaristía nos enseña a amar como Él, a donarnos sin reservas. ¡Qué dicha tan grande saber que cada vez que nos acercamos a comulgar, entramos en comunión con el mismo Cielo! Que el Corpus Christi encienda en nuestros corazones una sed nueva de adoración, y una alegría profunda por sabernos infinitamente amados.
DE INTERÉS…