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Las visitas al oratorio son encuentros sagrados, instantes donde el alma se desnuda ante la ternura de Dios, en un remanso de silencio y contemplación. Allí, el corazón revive el paso de Jesús por la tierra, sus palabras que aún susurran esperanza, su amor que no conoce medida, y su entrega total por nuestra salvación. Es un tiempo para nutrir el espíritu, estrechar los lazos con el Creador y percibir su aliento en cada huella que dejamos en nuestro caminar de fe.

La experiencia del Oratorio ha ido creciendo en nuestros colegios. Hemos escuchado el eco de aquella tierna súplica del mismo Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí”. Y con el corazón abierto, queremos acoger esa llamada, esa vocación de amor, y guiar a los pequeños hacia la fuente viva de la Palabra, para que allí puedan beber y calmar la sed de verdad que habita, silenciosa y ardiente, en lo más profundo de su alma.

Ésta es la misión del Oratorio: ser un espacio sagrado donde el alma se encuentre con Dios por medio de la Palabra viva. Escucharla con atención, acogerla con amor, y dejar que habite en la mente y en el corazón, como semilla fértil que florece en misión. Porque todos somos llamados a ser MISIONEROS. ¡Qué gozo tan profundo! Y son los niños y los jóvenes quienes, con el brillo de esa experiencia, llevan a Jesús en sus gestos, en sus palabras, a sus hogares, a sus familias, a sus amistades… ¡Al mundo!

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